...de momento

miércoles, 8 de diciembre de 2010

mis onceaños VIII

Como cada año mi padre alquiló una casa en un pueblo de la costa, la misma de siempre, todo julio. El año anterior mamá estaba embarazada de ocho meses, Aurora nació en agosto. Este año éramos cuatro hermanos y mi madre no estaba.
Mi amiga de los veranos me preguntó a los dos o tres días de estar allí-¿esa es tu madre? Ha cambiado mucho, está como más vieja-. Aunque marisa era varios años más joven que mi madre parecía que fuera al revés: !Claro que no la reconocía! Le conté toda la historia, la que le había escuchado a mi padre contar a la abuela, la misma que él nos repetía a cada oportunidad.
Ahora volvíamos a la costa de vacaciones, como cada año, pero las cosas no eran igual. A Marisa no le gustaba la arena, así que no íbamos a la playa a pasar el día, teníamos que jugar en casa, o con los niños de la calle, pero no estaban durante el día. Ahora nosotros teníamos que lavar la ropa a mano cada día, porque Marisa decía que ella también estaba de vacaciones, y hacíamos turnos entre nosotros tres para fregar los platos. Aurora dormía conmigo para no despertar a papá y a Marisa por la mañana; yo le daba el desayuno y le cambiaba los primeros pañales del día.
Marisa dormía con papá, ahora ella era su mujer. Nos decía lo que teníamos que hacer. Mi padre quería que le hiciéramos caso. Mis hermanos la trataban con respeto y yo quería caerle bien. Por eso, cuando me preguntó de qué estaba hablando con mis amigas en la puerta de casa,le conté lo de Jorge. Él tenía al menos catorce años y los ojos verdes, era rubio y siempre había sido guapo. Recuerdo muy bien la comida de aquel día -¿sabes de qué hablaba tu hija con sus amiguitas?-Sonreía con suficiencia y me miraba haciéndome sentir vergüenza -le gusta el vecino de enfrente y le ha pedido que le de un beso, pero él le ha dado calabazas-. En realidad nadie parecía prestar mucha atención, pero yo sí estaba atenta, me estaba traicionando de mala fé, no me había preguntado más que para reirse de mí. Sin embargo, cuando volvimos, hablé bien de ella, porque mamá se fue y ella sí nos quería cuidar, estaba allí. Papá la había conocido en el bar de abajo, era la camarera de la barra, y aquella discoteca de la parte de atrás no era un bar de chicas, como creíamos los niños del barrio, porque papá no podría juntarse con una de esas. La abuela no parecía muy convencida, ni le gustó lo de lavar a mano.

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